Lunes 18 de noviembre, yo, María Menéndez
González llegó a la puerta del Hospital Provincial de Conxo, con una bolsa en
la mano, dentro de la cual estaba mi uniforme de las próximas cinco semanas, el
pijama blanco; con unos nervios que se apoderaban de mí, y un montón de
preguntas que asaltaban mi mente, entre ellas ¿A qué unidad me mandarán? ¿Iré
sola o algún compañero vendrá conmigo? ¿Me acogerán bien o supondré para ellos
una carga adicional? ¿Haré algo mal ya el primer día? ¿Qué me mandarán hacer,
y, lo sabré hacer? etc.
Una de esas preguntas nada más poner un pie
en el hospital se me contestó, no iba a ser un estorbo para ellos, todo lo
contrario me acogieron con los brazos abiertos. Estaban en lo cierto todos
aquellos que cuando les comenté que me había tocado ir a Conxo y que prefería
que me hubiese tocado el Clínico me contestaron rotundamente “estas muy
equivocada, vas a estar muy contenta, es como una gran familia, en ese hospital
hay un trato más cercano y aprendes lo mismo”.
Las demás cuestiones se me fueron resolviendo
poco a poco, en cuanto al servicio al que iba ser destinada fue al de medicina
interna, que se encuentra en la 2ª planta del hospital, a mí me tocó en el 2º
izquierda. Además con la gran suerte de que no iba a estar sola, no, iba a
tener el apoyo, el gran apoyo de mi compañera María. Juntas poco a poco fuimos
haciéndonos con la planta, el primer día, todo lo hay que decir, estamos más
perdidas que un pulpo en un garaje. Pero con el paso de las semanas cogimos ya
la autonomía de saber qué es lo que tocaba en cada momento de la tarde, sin que
las enfermeras de ese turno tuviesen que estar detrás nuestra mandándonos hacer
las cosas.
Asique nada más llegar, a las tres, nos
hacíamos con todo lo necesario para mirar las temperaturas de todos los
pacientes de las habitaciones, dos libretas y bolígrafos para apuntarlas, los
termómetros, unas gasas empapadas, muy empapadas, en alcohol, ya que no fue una
ni dos las veces que acabamos las dos con los pijamas mojados, y así
emprendíamos nuestro camino por todas las habitaciones. Nos las habíamos
repartido de forma que a mí me tocaban las pares y a ella las impares,
asique yo iba siempre a la 224, 226, 228, 230 y 232. Una vez que acabábamos
tocaba, sí es que había alguna fiebre comunicársela a las enfermeras y
registrar todas las temperaturas en el Gacela.
Luego acompañábamos a nuestras respectivas
enfermeras para repartir la medicación de las cuatro, un perfalgan por aquí,
una nebulización por el otro lado, un pitufo, un suero, una glucemia,
unos vasitos rotulados con sus respectivas habitaciones y camas y con sus
pastillas dentro, y eso sí, siempre un “buenas tardes señor o señora que tal se
encuentra, le dejo aquí unas pastillinas que tiene que tomar con la merienda,
acuérdese”.
A continuación era la hora de familiarizarnos
con la inmensa cantidad de medicamentos y de equivalentes que tienen cada uno
de ellos, y con los cartones de los pacientes, es decir tocaba quitar la
medicación de las seis, de la cena, de las doce de la noche y del desayuno de
la mañana siguiente. Una vez que acabábamos, las enfermeras las repasaban y nos
decían los errores que teníamos, siempre explicándonos detenidamente todo.
¡A purgar todo el mundo! Sí, en las horas
muertas nos dedicábamos a purgar los pitufos, una de las cosas de las que me he
dado cuenta que con el paso de las semanas fui cogiendo más soltura y lo hacía
mucho más rápido, todo gracias a las indicaciones de los enfermeros que nos
daban trucos para hacerlo más fácil y rápido.
Cuando el reloj marcaba las seis en punto nos
dirigíamos a las habitaciones en las que había pacientes con alimentación
parenteral para parar las bombas de alimentación porque de seis a siete es la
hora de descanso para ellos.
También las seis, era la hora de poner alguna
nebulización y algún medicamento.
Una vez que acabábamos al llegar al control
ya saltaban rápidamente las enfermeras “niñas id tomar algo que es vuestro
descanso, pero eso sí a las siete aquí para las glucemias”
Y nosotras como buenas niñas a las siete en
punto estábamos ya con una batea con todo lo necesario para hacer las glucemias
en las manos, y preguntándoles a que pacientes se la había que mirar.
Una vez miradas les dábamos un pequeño
pinchazo para suministrarles las dosis de insulina que le correspondía a cada
uno.
Hecho esto, volvíamos a acompañar a nuestras
enfermeras repartiendo la medicación de las ocho.
Se puede decir que aquí nuestra jornada
laboral terminaba, si es que no había algún ingreso o alguna complicación.
El lunes de la tercera semana nunca se me
olvidará, mi primer pinchazo, mi primer vía, y mi primer vía bien puesta. Fue
un momento muy importante para mí porque uno de mis miedos desapareció, era
capaz a pinchar sin que me impresionase, sin tener miedo, sin que me temblase
el pulso.
Una cosa es que te guste la profesión de
enfermería y estudiar para ello en la facultad y otra cosa muy distinta es
valer para desempeñarla. Es una profesión muy dura, ves cosas
desagradables, dolorosas, a personas pasando por momentos difíciles de sus
vidas y a algunas enfrentándose a sus últimos días, te tienes que enfrentar a
situaciones complicadas y no puedes cometer ni un solo error, tienes que estar
cada minuto, cada segundo con los cinco sentidos puestos en todo lo que haces.
A parte de esa precisión en todas tus
acciones tienes la obligación de no solo realizar bien todas las técnicas sino
de ser persona, porque las enfermeras cuidan a los enfermos, son las que
los acompañan en todo momento, asique nunca nos podemos olvidar de algo tan
importante y tan necesario para estas personas como es ofrecerles nuestro
cariño, preocuparnos y hablar con ellos, explicándoles en todo momentos que es
lo que estamos haciendo y para qué sirve.
Unas palabras de afecto, un simple gesto de
amabilidad con ellos pueden evitar tener que ponerles un sedante o un calmante.
Y no sabéis lo gratificante que es, hasta que
te pasa que un paciente te coja cariño y que nada más entrar en su habitación
te diga con una sonrisa en la cara “ya estás aquí, ya pensé que no venías, te
estaba esperando” o “vuelve por aquí, no te olvides de mi” o que te digan “que
dulce es esta chica, siempre con una sonrisa en la cara”
Pero más gratificante es aún entrar en la
habitación y ver algún paciente vestido de calle y que te diga todo feliz “me
dieron el alta, por fin me voy para casa” y saber que en parte fue gracias a
ti, a tus cuidados, a tus palabras de aliento y a los ánimos que le
transmitiste.
En cambio alguno no consigue regresar a su
casa, por desgracia en la última semana tuve que vivir esta situación. Un
paciente que nos había acompañado durante las cinco semanas se despidió de
nosotros. Lo viví, sí es una situación muy difícil y dolorosa, pero como toda
enfermera algún día iba a tener que pasar por ello, y fue en mis primeras
prácticas.
Estas cinco semanas han terminado, con una
gran pena me tengo que despedir de todos los enfermos y de las enfermeras de mi
planta, y de todo el hospital de Conxo. Pero como me dijeron tengo la gran
suerte de poder decir que ya llevo la “marca Conxo” y espero que en los
próximos años me vuelvan a tocar otra vez las prácticas en este magnífico
hospital. Solo me queda dar gracias por todo lo que me han enseñado y todos los
valores que me han inculcado, gracias de verdad.