martes, 26 de noviembre de 2013

Cuando tu vida se llena de vidas

Queridos lectores hoy me voy a saltar el protocolo. Hoy os voy a hablar de algunos pacientes.
No quiero que penséis que me estoy saltando la confidencialidad del paciente, que eso para mí es sagrado, pero hoy quiero hablar de ellos, porque ellos hacen que yo sonría cada día al llegar al hospital. Ellos hacen que quiera estar ahí. Y ellos hacen que los fines de semana me los pase contando las horas que faltan para volver al hospital.
Primero quiero hablaros de Almudena. Almudena es una luchadora innata. Está en el hospital por un problema, pero ella, en su valentía y en su coraje, ya se había enfrentado antes al cáncer de mama. Es un ejemplo verdaderamente a seguir. ¿Por qué? Porque nada puede con ella, y nada puede con su sonrisa cuando entramos en la habitación. Ni con sus chascarrillos y humor. Ojalá todos fuéramos un poco más Almudena. Ella es radiante. Es, de verdad, como entrar en un paraíso élfico en donde no hay tiempo. Porque su habitación no parece de hospital, y todo porque ella lo llena con su alegría. Habrá días en los que esté peor, otros en los que esté mejor, pero siempre es ella misma y siempre está sonriendo. Y, querida Almudena, espero que por azares del destino estés leyendo esto (ya que te han dado el alta^^) y que sepas lo muy agradecida que estoy contigo por facilitarme tanto todo lo que hice contigo. Y sobretodo, y sabes que ya te lo dije de corazón, jamás jamás jamás me olvidaré de ti, porque fuiste la primera persona a la que le extraje sangre. Almudena, mucha suerte con todo y un beso enorme.

La siguiente persona es Pablo. Él es un chico joven, poco hablador, sí, así que poco lo conozco, pero su detalle de decir que soy la mejor enfermera de la planta y la única que pincho bien, me llegó dentro.

Os quiero hablar de Manuel. Mi querido Manuel. Él es un señor que está pachucho, el pobre, pero tiene una mujer que vale millones. Esa señora es agradecida como nadie y no se separa de Manuel ni para ir al váter. Está siempre con él, no le deja solo nunca y aprovecha para ir a comer, beber o al baño cuando voy yo a la habitación, porque sabe que Manuel no está solo. Por eso procuro tardar un pelín más. Manuel es un hombre alegre, que cada día mejora notablemente. Es un trocito de pan. El pobre se deja hacer todo con tal parsimonia... Es genial. Está haciendo ejercicios de espirometría y claro, siendo ya mayor y recién operado no llega a mucho. El jueves me contó todo contento y alegre como un niño en Navidades, que había llegado a 1500 y ¡caray! no está nada mal, así que le propuse un pique; le dije que a ver si cada día subía un poquito más, pero sin forzarse. Y el viernes, nada más entrar me dice "Chejei os 4000!!!" (los 4000 son el máximo y es imposible que llegase) e incrédula le dije "Ai, sí?" a lo que se echó a reír y diciendo que no con la cabeza me dijo "érache unha broma". Y estos momentos son los que no se pueden pagar ni con todo el oro del mundo. Ahora sé a qué se refería Marcelo en sus clases.

Mi siguiente paciente, y último es mi amado Isidro. Es como mi abuelo ya. Es un hombre tan afable y tan bueno que de veras me cuesta contenerme y darle un achuchón de oso. Isidro era un hombre que la primera vez que lo vi apenas me habló. Tenía una sonda nasogástrica y fue muy borde con la enfermera. Me dio un poco de mala espina, a decir verdad. Pensé que sería un cascarrabias y que algo me iría a decir. Pero cuando volví a ponerle la medicación me encontré a otro Isidro distinto. Éste era alegre, perspicaz y amable. Sólo que quería que le retirase la sonda, que le molestaba mucho mucho mucho. Y yo me senté con él a explicarle el por qué de esa sonda y por qué había que mantenerla. Se la fijé un poquito más con mi inexperta fijación en "corbata". Pero al hombre le sirvió. Y lo vi reír por primera vez. Y así fue avanzando nuestra amistad. Cada día iba un poquito más a esa habitación, e iba entablando conversación con este magnífico hombre. Así, el martes a la noche lo vi decaído, y al preguntarle qué le ocurría me contestó que la sonda le molestaba y que quería que se la quitasen ya. Y, yo, en un buen acto de fe y para que Isidro durmiera bien, le dije que no se preocupase, que igual mañana se la retiraban. Y él, con ojitos de cordero, me dijo "en serio?" y le asentí. Sabía que eso no iba a ser, pero por lo menos él dormiría bien esta noche. Pero estaba equivocada. Llegué el miércoles a la tarde y fui a tomarle los controles. Nada más entrar por la puerta un rápido y ágil Isidro se levantó de la cama, me miró y haciendo aspavientos empezó a gritar "xa ma quitaron, Alba, xa ma quitaron! Jrasias, muitas jrasias!" y vi aquella cara, con aquella sonrisa y aquella felicidad... os digo la verdad, la felicidad que tenía aquel hombre por que le retirasen la sonda era tan tan tan grande, que jamás había visto una alegría tan sincera. Y tuve que salir de la habitación, porque me caían las lágrimas de la emoción que sentí en ese momento. Es algo que jamás podré explicar, sino que hay que vivirlo.
Ahora van a volver a operar a Isidro, así que aún estará por aquí unos días más. Todo un placer. Porque es la persona que más cariño me tiene. Es verme entrar y levantarse, sonreír, agarrarme la mano... todo. Y el jueves me tocaron otras habitaciones, por lo que no vi a Isidro hasta media tarde. Tenía 10 minutos libres así que los aproveché yendo a ver a mi abuelo postizo. Entré por la habitación y me dedicó su mejor sonrisa. Le pregunté qué tal y me respondió que algo mal. Me interesé en ese malestar y su respuesta fue "estou mal porque non che vin en toda a tarde, non viñeches" y me rompí en dos. Le expliqué que tenía otros pacientes pero que había venido a pasar un ratito con él, para que me contase cosas, para que no estuviera solo. Y ese gesto le encantó. Lo supe, supe que le había hecho mucha ilusión.
Y así es Isidro, un trozo de pan, el paciente que todos quisiéramos tener. Es Isidro, simplemente.
Así que amigos, no quiero presumir, pero tengo los mejores pacientes del mundo.
Claro está que éstos son los que más conozco, a los que llevo durante la semana. Luego hay unos pacientes esporádicos a los que visito a veces y luego aquellos que van de paso y apenas están ingresados.
Y esto es la enfermería, queridos. Es una vida (la mía) que se va llenando de vidas, que me van alegrando el día y que me van haciendo crecer. Y si alguien tiene los cojones (con perdón) de decir que esto no es bonito, es que no tiene ni p*** idea; porque el cariño mutuo que nos damos los pacientes y las enfermeras, es algo mágico, algo que no tiene precio, algo que es sin duda, la mejor de las terapias.

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