miércoles, 20 de noviembre de 2013

De cómo fui a topar con la Enfermería

Bienvenido, querido lector. Si estás aquí es porque has seguido algún camino cuyo final era, inevitablemente, este blog. Y me alegro, vaya.
Yo también anduve mucho antes de llegar aquí. A este blog no, claro; al maravilloso mundo de la Enfermería. Y si tienes tiempo y ganas, te lo contaré.

Estudié un bachillerato tecnológico, cuyas asignaturas me apasionaban y eran, por así decirlo, las antagonistas de la Enfermería. Sí, vaya, eran dibujo técnico, física, tecnología, electrotecnia, mecánica... vamos, algo totalmente diferente. Y claro, con ese plan de estudios era más que obvio que Enfermería no era una opción viable para mí; o eso pensaba por aquel entonces.


Todos mis años de instituto y 1º de bachillerato fueron impecables, por así decirlo, pero llegó el horrible 2º de bachiller, con su horrible... digamos... ¿profesora de física? . Y claro, cuando una asignatura te gusta pero no te entra la manera de explicar, ya sabéis que pasa (ahora es cuándo debería sonar el “muac muac muaaac” de los concursos de televisión). Así que entré en una especie de declive existencial, en el que se me rompieron todas las ideas y esquemas que tan fuerte me había empeñado en construir. Recuerdo que en primero de la ESO me hablaron de la carrera de Ingeniería Aeronáutica en Madrid, y estaba decidida a que eso era lo que quería hacer. La ilusión duró 5 años, hasta el primer examen de Física II de 2º de bach. Así que una vez titulada, con un pie en la universidad, me planteé si realmente me haría feliz hacer esa carrera, ya que odiaba (sí, de veras) la Física.


Tras pasar una semana meditando, decidí no dirigir mi vida hacia la Ingeniería y me vi en una especie de limbo de vacío que no sabía cómo llenar. Y claro, ya sabéis qué pasa cuando dices la tremebunda frase de “PUES NO SÉ QUÉ ESTUDIAR”. Un aluvión de familiares me abordaron por todos los lados, intentando imponerme sus preferencias y sus ideales. “haz medicina, haz magisterio, haz otra ingeniería, haz eso, haz lo otro...” ya sabéis, eso que tanto irrita a los indecisos.


Y, a las pocas semanas, casi por casualidad encontré un folleto con información sobre el Ciclo Superior de Anatomía Patológica y Citología (y ciencias forenses, pero no se incluye en el nombre, no sea que alguien se asuste). Y caray, me gustó. Me pareció muy atractivo a simple vista, así que llegué a casa decidida y les espeté que la Universidad tendría que esperar. Qué queréis que os diga... les pareció una decepción. Pero nada más lejos de la realidad. Hacer un ciclo fue lo mejor que me pudo haber pasado. Encontré mi camino y me encontré a mí misma. Supe qué quería de la vida. O al menos de momento. Acabé mi formación y me titulé en Anatomía Patológica y ahora sí que sabía qué hacer con mi vida. Ahora sí que era el momento de ir a la Universidad. Ahora.


Así que tenía claro qué quería hacer. ALBA QUERÍA SER CRIMINÓLOGA. De la Policía Forense. ¡Guau!. Y estaba ilusionada. Tanto que durante las prácticas del ciclo, aquí en Santiago, empecé a conseguir apuntes de la carrera y a estudiarlos, así, al llegar septiembre ya lo tendría todo bien digerido.


Y todo perfecto, podréis pensar. Pero obviamente podéis ver que no estoy en Criminología. Ciertamente, no. Pero, ¿qué pasó? Pues a una semana de finalizar el plazo de inscripción para Selectividad (más o menos por Mayo del 2012) me enteré por una llamada a Educación de la Xunta que a los alumnos de Criminología, al ser una titulación propia de la USC no se les concedía beca. Y sin beca, Alba no puede estudiar. No podría costearme la matrícula, la residencia, los gastos... nada. Absolutamente nada.


Así que, no me quedó otra que verme frustrada de nuevo y escoger otro camino. Así que me encontré otra vez en el mismo punto que hacía dos años. Sólo que esta vez, con más madurez, decidí escucharme a mí misma y pedir consejo a quienes realmente podrían dármelo. Así, mi novio, que estudia Medicina me alentó a ir por la rama sanitaria (que en mi vida había pisado) porque consideraba que tenía aptitudes. Y lo mismo me dijeron mis profesores de Anatomía. Todos estaban de acuerdo. “serías una gran médico o una gran enfermera. Tienes cabeza para ello y tienes personalidad para serlo”. Y así, descartando Medicina porque NO ME GUSTA LA MEDICINA (es fundamentalmente porque me gusta más el contacto entre paciente-enfermera) me decidí: IBA A SER ENFERMERA.


Estaba muy ilusionada, la verdad, pero, dado que el destino me había jugado tantas malas pasadas, quise asegurar mi puesto en Enfermería presentándome a Selectividad. Lo hice por si acaso. Así que me inscribí y en una semana (que era el tiempo del que disponía) me puse a estudiar toda la biología que jamás había dado. Células, lípidos y demás “mierda” (con perdón) que no me sonaba a nada. No sabía ni qué estaba leyendo. Os lo juro. Y así, con miedo, me presenté al examen. Y caray, saqué muy buena nota y ya contaba con la puntuación de sobra como para entrar holgadamente en Enfermería. Ahora sí que nada iba a impedirme realizarme. Y luego, lo que viene después ya lo sabéis. EL TEMIDO PAPELEO (insértese mentalmente aquí un sonido del tipo del “¡¡¡Chan chán!!!”). Eso excuso contarlo.


Y, finalmente, entré en primera convocatoria. Estaba contenta, sí, pero tenía miedo. Miedo a que no fuera lo que me gustase, miedo a fracasar o a llevar retraso por no venir de la rama sanitaria. Pero, queridos lectores, y aquí termina mi historia, todo fue mejor de lo esperado. Me he enamorado profundamente. Me he sumergido de lleno en esta profesión. Me he ilusionado y me he encantado conforme han ido pasando los días. Día a día me gusta más la Enfermería, y si de algo me arrepiento es de haber escogido el mal camino en 4º de la ESO y haberle cerrado la puerta a la rama sanitaria. Pero, prefiero pensar que todo sucede por algo, y bien cierto es que al final todos los caminos llegan a Roma. O a Enfermería, en este caso.


Y para aquellos que no tengáis seguro si vuestro camino es la Enfermería, os dejo la cita de nuestra mayor representante:


“La enfermería es un arte y si se pretende que sea un arte requiere una devoción tan exclusiva,
una preparación tan dura, como el trabajo de un pintor o de un escultor,
pero ¿cómo puede compararse la tela muerta o el frío mármol con el tener
que trabajar con el cuerpo vivo, el templo del espíritu de Dios?
Es una de las Bellas Artes; casi diría, la más bella de las Bellas Artes”.


Florence Nightingale

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