Todo comenzó cuando era una niña,
si alguien de mi casa se cortaba, había que hacer curas, poner gotas, alguien
enfermaba… ahí estaba yo, corriendo con las gasas, el agua oxigenada, el betadine
o simplemente haciéndoles compañía en las largas tardes de fiebre, sudores… las
cuales se hacen eternas sí estas solo.
Por eso, mi abuelo empezó a
llamarme “mi pequeña enfermera”. Y así,
poco a poco, yo me fui interesando por esta bonita rama de las ciencias de la
salud.
Todo lo hay que decir, realmente mi
sueño era ser médica. Me imaginaba por los pasillos de los hospitales con mi
bata blanca y mi fonendo; en los quirófanos enfrentándome a complicadas
operaciones de largas horas. Siendo una famosa médica, de la que todos hablasen y por la que todos quisiesen ser atendidos.
Para conseguirlo luché y sufrí
mucho. Mi bachiller fue bastante duro, sometida siempre a una gran presión, a
tener que ser la mejor, a sacar las mejores notas. Mi vida esos dos años se
resumió en libros y más libros, apuntes, fotocopias, bolígrafos que de tanto
uso, en una semana su tinta se agotaba. Es decir, mi rutina era pasar toda la
mañana encerrada en una clase soportando interminables clases de inglés,
biología, química… , salir del instituto, comer y seguir otra vez sentada en un
escritorio delante de los gruesos y aburridos libros y apuntes. Llegaba viernes
y no era – ¡oh por fin un descanso!, no todo lo contrario, era un seguir
estudiando. Llegue a abandonar todas mis aficiones y todo ello simplemente por
conseguir una plaza en alguna facultad de medicina del país.
Acabé bachiller con una buena
media, mis esperanzas iban en aumento. Ahora había que empezar otro duro
camino, EL DE LA SELECTIVIDAD. Pero pensaba “venga María un mes más y todo lo
que has luchado servirá para algo”. Y así fue, cogí fuerzas y seguí adelante,
estudiando y repasando todo lo que había aprendido en ese largo año.
A pesar de que todos me decían
selectividad es fácil, no te preocupes, todo te va a salir bien, puedo decir
que esos tres días fueron unos de los peores de mi vida. Pero no se había acabado
todo ahí, no, quedaban tres semanas de espera para saber si sería una futura médica
o no. El día de la publicación de las notas llegó, me acuerdo que estaba
pasando unos días en Coruña con mi hermana, de repente me llegó un mensaje de
una amiga diciéndome: “María ya están las notas”. Mi corazón latía cada vez más
rápido, me acerqué al ordenador, entré en mi cuenta y empecé a ver las notas,
iba mirándolas, veía que estaban bien que podía entrar, hasta que llegué a la última
y ahí todas mis ilusiones y esperanzas se truncaron, en una asignatura me había
ido realmente mal.
Ahí comenzó un largo verano,
mandando preinscripciones a todas las facultades de Medicina de España,
pensando en que igual había suerte.
Mi madre estaba tan desesperada
viéndome así tan desilusionada que empezó a proponerme un montón de carreras,
llegó a decirme: “ María porque no haces ADE o derecho” y yo: “ Mama no estudié
el bachiller de Ciencias de la Salud y lo pasé tan mal para ahora estudiar
Derecho”
¿Y qué es lo más parecido a
medicina? Enfermería, pues así marqué enfermería de segunda opción en todas las
preinscripciones.
Empezaron a salir las listas, en
todas las de medicina estaba la mil y pico, en cambio en enfermería me habían cogido
en todas.
Elegí la Facultad de Enfermería
de Santiago, aun no sé por qué la verdad, tal vez porque siempre se habló de
Santiago como una ciudad de universitarios, como una facultad con un gran
prestigio…
Pasó el verano y llegó septiembre,
me bajé del autobús con mi maleta y con una gran tristeza, se me juntaba todo,
que me iba de casa, que me alejaba de mis padres, que no iba estudiar lo que
siempre había querido… un cúmulo de sensaciones.
Pero después de un año y pico
estudiando esta maravillosa profesión, he de decir que no me arrepiento ni lo más
mínimo de estar aquí, en Santiago, ni de estar formándome para ser una futura
enfermera. Aún mis padres el año pasado me dijeron si no me iba a preparar para
volver a presentarme a la selectividad y yo contesté, rápidamente, sin pensármelo:
“ni loca, me quedo en enfermería sin duda”.
Con todo este rollo que os acabo de
soltar os quiero decir simplemente que Enfermería, sí puede ser una profesión
dura, pero es una de las más bonitas y de las más gratificantes de todas, y lo
digo porque ahora que he empezado las prácticas una simple sonrisa de un
paciente, un gracias o cualquier gesto de gratitud de ellos, a ti te llena y
vas para casa sintiéndote bien contigo misma, porque sabes que has ayudado a
alguien que no está pasando por sus mejores momentos.
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