miércoles, 11 de diciembre de 2013

El primer día de prácticas

Amigos, hoy os quiero contar lo que para mí ha sido la mayor aventura enfermera hasta ahora. El temible primer día. Antes de entrar, todos en masa dirigiéndonos al aulario, teníamos una mezcla de deseos y esperanzas propios de un bipolar. Teníamos muchas ganas de empezar, pero a la vez no nos sentíamos preparados. Es como un quiero y no puedo. O algo así.
Llegamos allí, y lo primero que topamos fue la larga cola para pedir las llaves de la taquilla. Parecía que regalaban caramelos... todos, nerviosos, como ovejitas, nos pusimos a la cola para esperar a que el señor de conserjería nos cogiera los diez euros que nos "tangarían" para tener una "segurísima e inviolable" taquilla (nótese la ironía) y nos lo cambiase por una maltrecha llave. Con la llave en mano, nos dirigimos a recibir la charla. LA CHAAAAARLA. Una charla en la que nos explicaron (por enésima vez) la gran importancia del lavado de manos (JÁ, JÁ, JÁ) y todo eso de la gestión de residuos, total, para luego tirar todo a la primera bolsa que pilles. Y esto es así. Luego llegó el comité de honor. UUUUUUU, HONOOOOR. Vamos, la vicedecana y el jefe de enfermería; que nos postraron el discurso convencional predefinido impuesto por protocolo. El de todos los años. Bienvenidos, tal... portaos bien... tal... ya sabéis. Era lo mismo en las recepciones del primer día de instituto, cuando el director o directora nos adoctrinaba sobre la importancia de no liarla.
Así que con todo el rollo se nos hizo tarde, y antes de comer nos pusimos el pijama. JESUSITO. El pijama. Pijama que yo denomino "blanco gilipollas", porque parecíamos cuatro pardillos de guardería metidos en un polideportivo. Podría decir que es inexplicable la sensación de ponerte por primera vez eso. Es como si te sientieras enfermero ya. O alguien importante. Pero no, señores, seguíamos siendo los chicos del blanco gilipollas.

Subimos cada uno a su planta, después de comer a fuego porque no nos había dado tiempo. (en realidad, bajamos cada uno a su planta) y nos plantamos en el control. Bienaventurados los que dieron con su control a la primera. Me sé de unas que fueron a preguntar al control D, siendo ninguna de allí. (Debieron de pensar que éramos imbéciles o algo). Llegas al control y vas con tu compi de prácticas todo nervioso. En mi caso, no existía tal compañero, porque debo tener lepra o algo, pero fui la única a la que le tocó ir sola. De por aquellas no sabía aún lo mucho que me iba a beneficiar aquello...
Llegué y me metieron en el despacho de la Ilustrísima Supervisora, la Súper, para ellas. Me encerró y me dio de nuevo otra charla, ésta vez sobre la confidencialidad. Pero diré que fue agradable sentir una sonrisa amiga en aquellos momentos. Me explicó muy por encima cómo funcionaba la planta y me soltó dentro del control. Todos me miraban. Y yo sólo era la de blanco gilipollas que se sentía cada vez más pequeña. Me adosó a la enfermera más jóven. Vanesa. Siempre me acordaré del primer día. Y desde aquí quiero agradecer a Vane por todo lo que me enseñó y por toda la paciencia.
Y nada, que como primer día, nadie ponía un duro por mí, me mandaron tomar constantes. Ya sólo eso me asustó. "¿Y si lo hago mal?, Alba, anormal, ¿Cómo vas a mirar mal un pulso? Jo, igual me equivoco..." En mi cabeza todo daba vueltas, podríamos decir que era una especie de Gollum.
 Algo me cortaba y algo me animaba. Y creo que eché unos 5 minutos para encontrarle el pulso al primer paciente. Jesús, qué torpeza de nervios. Además, como tenía entendido que el primer día no se hacía más que mirar, fui desnuda. Desnuda de instrumental. Ni reloj, ni boli, ni permanente, ni tijeras... hasta me dejé la seguridad en casa. Y claro, me tuvieron que prestar de todo.
Pero el día fue avanzando, y progresando, cómo no. Y es hoy, a una semana y poco para terminar mis prácticas, que sigo viendo la inmensa diferencia del día en que me convertí en enfermera a hoy.
A día de hoy mis bolsillos están a rebosar de tapones amarillos, de jeringas de 2mL, de sueros fisiológicos, de esparadrapo, bolis, rotus, pegatinas, guantes, tijeras... Y, queridos amigos, el blanco gilipollas está empezando a volverse un poco amarillo aprendiz.

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