jueves, 19 de diciembre de 2013

Todo llega a su fin, muy a nuestro pesar...



Lunes 18 de noviembre, yo, María Menéndez González llegó a la puerta del Hospital Provincial de Conxo, con una bolsa en la mano, dentro de la cual estaba mi uniforme de las próximas cinco semanas, el pijama blanco; con unos nervios que se apoderaban de mí, y un montón de preguntas que asaltaban mi mente, entre ellas ¿A qué unidad me mandarán? ¿Iré sola o algún compañero vendrá conmigo? ¿Me acogerán bien o supondré para ellos una carga adicional? ¿Haré algo mal ya el primer día? ¿Qué me mandarán hacer, y, lo sabré hacer? etc. 

Una de esas preguntas nada más poner un pie en el hospital se me contestó, no iba a ser un estorbo para ellos, todo lo contrario me acogieron con los brazos abiertos. Estaban en lo cierto todos aquellos que cuando les comenté que me había tocado ir a Conxo y que prefería que me hubiese tocado el Clínico me contestaron rotundamente “estas muy equivocada, vas a estar muy contenta, es como una gran familia, en ese hospital hay un trato más cercano y aprendes lo mismo”. 

Las demás cuestiones se me fueron resolviendo poco a poco, en cuanto al servicio al que iba ser destinada fue al de medicina interna, que se encuentra en la 2ª planta del hospital, a mí me tocó en el 2º izquierda. Además con la gran suerte de que no iba a estar sola, no, iba a tener el apoyo, el gran apoyo de mi compañera María. Juntas poco a poco fuimos haciéndonos con la planta, el primer día, todo lo hay que decir, estamos más perdidas que un pulpo en un garaje. Pero con el paso de las semanas cogimos ya la autonomía de saber qué es lo que tocaba en cada momento de la tarde, sin que las enfermeras de ese turno tuviesen que estar detrás nuestra mandándonos hacer las cosas. 

Asique nada más llegar, a las tres, nos hacíamos con todo lo necesario para mirar las temperaturas de todos los pacientes de las habitaciones, dos libretas y bolígrafos para apuntarlas, los termómetros, unas gasas empapadas, muy empapadas, en alcohol, ya que no fue una ni dos las veces que acabamos las dos con los pijamas mojados, y así emprendíamos nuestro camino por todas las habitaciones. Nos las habíamos repartido de forma que  a mí me tocaban las pares y a ella las impares, asique yo iba siempre a la 224, 226, 228, 230 y 232. Una vez que acabábamos tocaba, sí es que había alguna fiebre comunicársela a las enfermeras y registrar todas las temperaturas en el Gacela.

Luego acompañábamos a nuestras respectivas enfermeras para repartir la medicación de las cuatro, un perfalgan por aquí, una nebulización por el otro lado, un pitufo, un suero,  una glucemia, unos vasitos rotulados con sus respectivas habitaciones y camas y con sus pastillas dentro, y eso sí, siempre un “buenas tardes señor o señora que tal se encuentra, le dejo aquí unas pastillinas que tiene que tomar con la merienda, acuérdese”.

A continuación era la hora de familiarizarnos con la inmensa cantidad de medicamentos y de equivalentes que tienen cada uno de ellos, y con los cartones de los pacientes, es decir tocaba quitar la medicación de las seis, de la cena, de las doce de la noche y del desayuno de la mañana siguiente. Una vez que acabábamos, las enfermeras las repasaban y nos decían los errores que teníamos, siempre explicándonos detenidamente todo. 

¡A purgar todo el mundo! Sí, en las horas muertas nos dedicábamos a purgar los pitufos, una de las cosas de las que me he dado cuenta que con el paso de las semanas fui cogiendo más soltura y lo hacía mucho más rápido, todo gracias a las indicaciones de los enfermeros que nos daban trucos para hacerlo más fácil y rápido. 
Cuando el reloj marcaba las seis en punto nos dirigíamos a las habitaciones en las que había pacientes con alimentación parenteral para parar las bombas de alimentación porque de seis a siete es la hora de descanso para ellos.
También las seis, era la hora de poner alguna nebulización y algún medicamento. 

Una vez que acabábamos al llegar al control ya saltaban rápidamente las enfermeras “niñas id tomar algo que es vuestro descanso, pero eso sí a las siete aquí para las glucemias”
Y nosotras como buenas niñas a las siete en punto estábamos ya con una batea con todo lo necesario para hacer las glucemias en las manos, y preguntándoles a que pacientes se la había que mirar.
Una vez miradas les dábamos un pequeño pinchazo para suministrarles las dosis de insulina que le correspondía a cada uno. 

Hecho esto, volvíamos a acompañar a nuestras enfermeras repartiendo la medicación de las ocho.
Se puede decir que aquí nuestra jornada laboral terminaba, si es que no había algún ingreso o alguna complicación.

 El lunes de la tercera semana nunca se me olvidará, mi primer pinchazo, mi primer vía, y mi primer vía bien puesta. Fue un momento muy importante para mí porque uno de mis miedos desapareció, era capaz a pinchar sin que me impresionase, sin tener miedo, sin que me temblase el pulso. 
 
Una cosa es que te guste la profesión de enfermería y estudiar para ello en la facultad y otra cosa muy distinta es valer para desempeñarla.  Es una profesión muy dura, ves cosas desagradables, dolorosas, a personas pasando por momentos difíciles de sus vidas y a algunas enfrentándose a sus últimos días, te tienes que enfrentar a situaciones complicadas y no puedes cometer ni un solo error, tienes que estar cada minuto, cada segundo con los cinco sentidos puestos en todo lo que haces. 

A parte de esa precisión en todas tus acciones tienes la obligación de no solo realizar bien todas las técnicas sino de ser persona, porque las enfermeras cuidan a los enfermos, son las que los acompañan en todo momento, asique nunca nos podemos olvidar de algo tan importante y tan necesario para estas personas como es ofrecerles nuestro cariño, preocuparnos y hablar con ellos, explicándoles en todo momentos que es lo que estamos haciendo y para qué sirve. 
Unas palabras de afecto, un simple gesto de amabilidad con ellos pueden evitar tener que ponerles un sedante o un calmante. 
 
Y no sabéis lo gratificante que es, hasta que te pasa que un paciente te coja cariño y que nada más entrar en su habitación te diga con una sonrisa en la cara “ya estás aquí, ya pensé que no venías, te estaba esperando” o “vuelve por aquí, no te olvides de mi” o que te digan “que dulce es esta chica, siempre con una sonrisa en la cara” 

Pero más gratificante es aún entrar en la habitación y ver algún paciente vestido de calle y que te diga todo feliz “me dieron el alta, por fin me voy para casa” y saber que en parte fue gracias a ti, a tus cuidados, a tus palabras de aliento y a los ánimos que le transmitiste. 

En cambio alguno no consigue regresar a su casa, por desgracia en la última semana tuve que vivir esta situación. Un paciente que nos había acompañado durante las cinco semanas se despidió de nosotros. Lo viví, sí es una situación muy difícil y dolorosa, pero como toda enfermera algún día iba a tener que pasar por ello, y fue en mis primeras prácticas.

Estas cinco semanas han terminado, con una gran pena me tengo que despedir de todos los enfermos y de las enfermeras de mi planta, y de todo el hospital de Conxo. Pero como me dijeron tengo la gran suerte de poder decir que ya llevo la “marca Conxo” y espero que en los próximos años me vuelvan a tocar otra vez las prácticas en este magnífico hospital. Solo me queda dar gracias por todo lo que me han enseñado y todos los valores que me han inculcado, gracias de verdad.

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